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Debates y fin de campañas de cara a la jornada electoral

Estamos a escasos días para la elección, no solo de la presidencia de la República en México sino de un total de más de 19 mil cargos.[1] Dentro del desarrollo del proceso electoral, un lugar especial lo ocupan los debates entre las diversas candidaturas.

          Durante el priato fue un rubro prácticamente ausente hasta el primer debate realizado entre Ernesto Zedillo, Diego Fernández de Cevallos y Cuauhtémoc Cárdenas en 1994.

       Con el devenir histórico de nuestra incipiente e imperfecta democracia, los debates se volvieron una normalidad como en muchos otros regímenes democráticos. Los debates, en esa tesitura, son un componente fundamental en las democracias pues permiten contrastar, poner en un cara a cara a las candidaturas que están en competencia. Mucho se ha criticado que los formatos de nuestros debates presidenciales han sido en exceso cuidadosos, todo en aras de proteger a quien se presume en la delantera en la carrera presidencial y no poner en riesgo esa ventaja.

            Fue particularmente criticado el primer debate organizado por el INE por lo numeroso de los temas abordados, por la producción del mismo y por los errores en el manejo del reloj del tiempo. Desde antes de la organización de los tres debates (dos de ellos son obligatorios conforme al artículo 218 de la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales), fue elocuentemente señalado que todos tuvieran lugar en la Ciudad de México (en la propia sede del Consejo General del INE, los estudios Churubusco y el Centro Cultural Tlatelolco), cuando en otros procesos electorales se había buscado tuvieran lugar en diferentes ciudades del país como una forma simbólica de lograr representatividad y presencia nacional así como una forma de dejar, aunque fuera por un momento, el centralismo que a veces caracteriza a nuestra nación.

            En esa línea, no coincido con quienes esperan que un debate político sea única y exclusivamente una marea de ideas y propuestas, afirmando que las descalificaciones no deberían tener lugar, ni ningún tipo de consideración. Desde mi punto de vista, esa postura resulta equivocada e ingenua porque un debate político entre candidaturas, sobre todo a nivel presidencial, al atraer la mirada de una amplia franja del electorado, los medios y la sociedad en general, se espera encontrar entre quienes debaten habilidad, inteligencia y capacidad para sortear los retos que implica una confrontación de esa naturaleza. Pensar que únicamente se va a ese contraste de ideas a ver quién hace las mejores y más inteligentes propuestas peca de ingenuo, pues el animal político impreso en esas circunstancias también significa audacia verbal y capacidad de conectar con los sentimientos del electorado. En todo caso, una adecuada y equilibrada combinación de ello, crítica de contraste y propuesta resultaría el ideal en un debate.

            En paralelo a lo anterior, el sistema electoral mexicano ha sido renuente en explorar otros formatos de debate que permitan un mejor contraste de ideas de las candidaturas. De hecho, parte del problema que en ciertos momentos encontramos en los pasados debates, no solo de las candidaturas presidenciales, sino de todos los cargos de elección popular, se debió al acartonamiento de su guion y estructura.

Muchos en México deseamos un formato como el llamado town hall, el cual consiste en que las candidaturas están casi de pie o en bancos altos y pueden deambular en un determinado espacio en donde casi pueden tocarse. Ese formato permite que la discusión sea más franca y abierta. Aquí quien modera tiene realmente un papel secundario. Otros formatos que pueden precondicionar una confrontación menos cuidada y más abierta es aquella en la que quien modera puede seguir cuestionando a las candidaturas si evaden los planteamientos o incluso, entre estas pueden a su vez repreguntarse haciendo más ágil e interesante el debate.

Lo monótono de ciertos pasajes de los debates contrasta si se compara con el tono de las campañas que hoy llegan a su fin pues en ellas podemos encontrar propaganda negra o de contraste, la cual se caracteriza a veces por su vehemencia y rudeza innecesaria la cual salpica incluso a los familiares de las candidaturas que podrían ser menores de edad o personas ajenas a la política o el debate público.

Así, con el fin de las campañas electorales, en teoría la ciudadanía hace un balance y los debates pueden ser hasta cierto punto una referencia de lo que representan las diferentes candidaturas. Si bien es cierto que ganar un debate es importante, ello no garantiza necesariamente obtener votos contantes y sonantes, a pesar de que se puedan cambiar algunos puntos porcentuales en la percepción pública, tal como fue en ese primer debate presidencial en 1994.

Los tres debates presidenciales del actual proceso electoral tuvieron niveles aceptables de visibilidad pues fluctuaron entre 16 millones y 11 millones de personas en general según reportes de medición, siendo el segundo, el debate más visto y el tercero el que menos audiencia tuvo.[2] Desde mi punto de visto, más allá de algún concepto chisporroteante, en ninguno de los debates hubo alguna frase para la posteridad que pudiera perdurar en la memoria colectiva como sí pudo ser en las anteriores ediciones de 1994, 2000, 2006, 2012 o 2018. Ni Claudia, ni Xóchitl, ni Máynez pudieron conectar con cierta perdurabilidad en ese sentido con el electorado.

Así, llegamos al fin de las campañas electorales y al periodo de veda, en el cual supuestamente habrá una reflexión de las personas votantes y un silencio de los partidos y sus candidaturas. Llegamos pues al momento de mayor tensión dada tales limitantes en la propaganda, en donde se agudiza la idea del importante politólogo Adam Przeworski, el cual concibe a la democracia como ese arreglo civilizado en donde tenemos certeza de las reglas del juego, pero desconocemos a priori quien resultará ganador del sufragio. Aunque en las elecciones en 2024 más o menos tenemos una idea bastante clara de quien ocupará la silla presidencial, la interrogante se erige sobre la composición del Congreso y el poder ejecutivo en lugares como Veracruz o Ciudad de México. La moneda está en el aire y pronto sabremos el resultado.

 


[1] INE, Elecciones 2024: https://portal.ine.mx/voto-y-elecciones/elecciones-2024/ Consultado el 23 de mayo de 2024.

[2] El financiero, “Tercer debate presidencial pierde raiting”, 21 de mayo de 2024. Consultable en: https://www.elfinanciero.com.mx/elecciones-mexico-2024/2024/05/21/tercer-debate-presidencial-pierde-en-rating/

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