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DE ABOGADA EN MATERIA FAMILIAR A CANDIDATA A MINISTRA DE LA SUPREMA CORTE


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Todo comenzó en una noche de insomnio, tras la muerte de mi hermana. La reforma judicial ya era una realidad: ahora las y los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación serían electos por voto popular, por lo que había que postular a los mejores perfiles. Ante la incertidumbre, mi reflexión fue: "Lo único que yo puedo hacer es ponerme al servicio de mi país, de la justicia y de los valores en los que creo y en los que vivo."


Decidí participar en el proceso de evaluación y selección de postulaciones para la elección extraordinaria ante el Comité del Poder Ejecutivo. Habiendo cumplido con los requisitos constitucionales de elegibilidad, mi nombre fue publicado el 15 de diciembre de 2024.


El martes 14 de enero fui citada a una entrevista. Cabe decir que mi experiencia ante este comité fue muy positiva. Destaco mi sorpresa por su neutralidad. Yo estaba preparada para enfrentarme con un sínodo -al estilo de la Escuela Libre de Derecho- cargado de subjetividad, y me topé con dos personas que me escucharon atentamente, que leyeron las preguntas sorteadas, a las cuales respondí en el tiempo otorgado. En una grabación, junto con mi expediente profesional y académico, el Comité analizó los elementos necesarios para calificarme como una persona idónea y publicar mi nombre en la lista correspondiente el siguiente 31 de enero.


El 2 de febrero salí insaculada en la famosa "tómbola", lo que me llevaría a la boleta para ser votada en las elecciones extraordinarias del 1 de junio.

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Los días siguientes me vi en la necesidad de averiguar, desde cero, cómo se hace una campaña política. En el intento me topé con varios asesores políticos que me dijeron cosas terribles. Entre otras: "No vas a ganar, pero vas a generar capital político que después vas a poder intercambiar", o "Tienes que construir un personaje." Me cobraban fortunas y me decían: "No te preocupes, no la vas a pagar tú, sino algún gobernador." Siempre pensé que lo que yo tenía que ofrecer a mi país era quien soy, y entre mis grandes cualidades destaca la honestidad. Nunca estuve dispuesta a comprometerme con grupos de poder ni a hacer algo que no estuviera permitido. Pero sí me di cuenta de que no sería fácil transitar en ese mundo en el que los valores "poder" y "dinero" pesan más que "honestidad", "justicia", "equidad" y "legalidad". Mi decisión fue siempre clara: vivir la contienda siendo quien soy, con los valores bien plantados. Y así fue.


La campaña fue inequitativa, como lo es la vida. Se vivieron campañas simultáneas; varios candidatos nos encontrábamos continuamente, platicábamos, nos acompañábamos, nos reconocíamos desde las diferencias. Por lo menos yo aprendí mucho de ellos. A otros nunca los vi. Otros "nunca me miraron", como ocurre en la sociedad.


No estaba permitido "pautar" -término desconocido para mí hasta ese momento-, y no tengo pruebas, pero tampoco tengo dudas de que varios candidatos lo hicieron. En un ejercicio por buscar la equidad, escribí a varios medios inmediatamente después de escuchar entrevistas a otras candidatas y candidatos, diciendo: "Acabo de escuchar la entrevista con X, este es mi teléfono para acordar una conversación." Por supuesto, no tuve respuesta. Según me dijeron, un espacio así costaba mucho dinero.


Hubo eventos organizados especialmente para algunos candidatos, y a los demás nos hacían llegar la invitación con pocas horas de anticipación, seguramente para que no acudiéramos. Hubo entrevistas a las que, creo, nos invitaron a todos, pero los medios no publicaron las entrevistas de todos.


Mi mayor frustración en el proceso tiene que ver con la invitación al NO VOTO y con quienes no salieron a votar bajo la narrativa de: "Estaba complicado." Sí, pero también había elementos para ejercer un voto reflexivo y consciente, como hicieron muchos. "Nos vamos a tardar mucho en votar, son muchas boletas" terminó siendo un pretexto, porque las casillas tuvieron poca afluencia. "Esto ya está decidido"... Lo que estaba decidido era que las personas que apoyan al oficialismo sí iban a salir a votar. Y lo hicieron. Ese 87% del electorado pudo haber hecho la diferencia. La alternativa de muy buenos perfiles estaba en la boleta.


Ocurrió la profecía autocumplida. Quienes influyeron en esa decisión debieran asumir su responsabilidad.


¿La campaña fue equitativa y el proceso electoral impecable? No. Como no lo han sido desde que tengo memoria. Pero hasta este momento, mi percepción respecto a la autoridad electoral es que ha puesto su mayor esfuerzo para que este proceso fuera limpio. Mis votos se contaron. Fueron muchas horas en las que fui viendo cómo se movía el conteo. Ganaron quienes ganaron porque tuvieron más votos. Si esos votos fueron producto de coacción, habrá que sancionarlo y combatirlo, pero que asuman la responsabilidad quienes no hicieron nada.


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Me preguntan cómo me fue en las elecciones y, sin duda, mi respuesta es: “YO GANÉ”. La satisfaccióndel deber cumplido es indescriptible. La experiencia de cada abrazo, cada apretón de manos, cada mensaje de confianza -que se tradujeron en 1,180,577 votos- me la llevo en el corazón, y refrendo mi compromiso de seguir trabajando por la justicia. Esta justicia no tradicional en la que creo, una justicia cercana, que escucha, que repara, y que comienza con las niñas, niños y adolescentes, desde la convicción de que, si entre todos los cuidamos y acompañamos, en el corto plazo tendremos una mejor sociedad.


Mi camino continúa, porque mi visión de la justicia puede transformar familias y con ello pacificar a la sociedad. Seguiré trabajando. Continuaré en mi vocación de servicio, porque no empecé con la campaña ni terminaré con el día de las elecciones. Porque en esto creo. Mis dos pilares de vida son la gratitud y el servicio. Y por eso digo, fuerte y claro: ¡GRACIAS! Y a seguir.


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