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Desde la casilla



Los procesos electorales tienen momentos específicos que suelen captar la atención del público y los medios: la definición de candidaturas, el inicio de las campañas, la jornada electoral, los resultados. 


Muy poca atención se presta al proceso de conformación y operación de casillas más allá de reportar retrasos en la apertura o incidentes que interrumpan la votación. Sin embargo, hay mucho más que conocer al respecto y es una experiencia con muchos niveles de riqueza, por lo que en este artículo comparto mi experiencia como presidenta de casilla.


La falta de importancia que damos a la operación de las casillas es una de las muchas contradicciones que vive nuestro país. La base de que los procesos electorales sean ciudadanos radica, en una parte importante, en que las casillas sean instaladas y operadas por vecinos de las secciones electorales para dotar de mayor confianza a la jornada electoral. Desafortunadamente, es muy difícil para los funcionarios electorales (supervisores y capacitador-asistentes o CAE) integrar una casilla porque frecuentemente las personas se niegan a participar. Sin lugar a dudas, habrá casos en que algunas personas estén imposibilitadas a ser funcionarias de casilla, pero la realidad es que a la mayoría no le interesa, no siente que sea su deber participar o tendrá compromisos más importantes o interesantes qué atender (¡pero la selfie con el pulgar pintado no va a faltar en redes sociales!).


Tampoco pretendo hacer un relato romántico de lo que implica ser funcionario de casilla: es un trabajo largo, arduo, tedioso a ratos, confuso en otros ratos y por momentos ingrato. Es un reto mantener la energía y el buen ánimo después de 16 horas continuas de trabajo, iniciando con la presión de lograr la imposibilidad de montar una casilla en 30 minutos, con algunas personas gritando e insultando desde afuera por el retraso (no, señores, nadie está cometiendo fraude ni conspirando en contra la agenda dominical de las personas votantes), con pocos espacios para descansar o comer (e inclusive para votar), después de cortar 1,800 boletas, sellar más de 300 credenciales, marcar más 300 dedos y explicar las mismas instrucciones más de 300 veces. 


El gran alivio que se siente a las 17:50 horas cuando se acerca el cierre de la casilla es rápidamente reemplazado por la realización de que el conteo y llenado de actas y documentos tomará casi el mismo tiempo que la jornada electoral. Muchas preguntas surgen durante esas horas: ¿Lograremos acabar antes de medianoche? Sin comentarios. ¿Es verdaderamente tan difícil colocar las boletas en las urnas correctas? Al parecer sí. ¿Por qué hay gente que decide explorar su lado artístico al emitir sus votos? No tengo la respuesta a esto, pero sólo daré gracias por la existencia del “Cuadernillo de consulta sobre votos válidos y votos nulos para la sesión especial de cómputos”. ¿Alguien sabe dónde quedó la hoja de conteo de personas votantes con discapacidad? ¿Por qué tenemos menos boletas en las urnas que marcas en el padrón electoral? ¿Dónde está nuestro CAE cuando más lo necesitamos?


¿Por qué accedería alguien a tanta incomodidad? No, la respuesta no es que no tenemos nada mejor qué hacer (aunque ustedes no lo crean, los funcionarios de casilla también tienen vida, familia y amigos). La primera respuesta es que es nuestro deber ciudadano garantizar que la jornada electoral se lleve a cabo; pero más allá de explicaciones jurídicas o morales del deber individual, la satisfacción del cumplimiento del deber y el deber ser en una democracia, participar en una casilla es una experiencia que nos acerca a nuestras instituciones y con otras personas de nuestra comunidad con las cuales no tendríamos contacto de otra forma.


Mi primer punto de contacto fueron los capacitadores y supervisores electorales del INE y el IECM. Esta estructura de personal temporal de los institutos electorales funciona únicamente cuando hay elecciones, lo cual requiere de meses de preparación para ellos. Este trabajo es muy demandante físicamente porque buscar a las personas en sus domicilios implica pasar prácticamente todo el día caminando de un domicilio a otro al rayo del sol. También implica una alta resistencia a la frustración porque es más común que la ciudadanía se niegue a participar que a tomar un rol de casilla.


Una vez que la casilla está definida, sigue el ciclo de capacitación. Los institutos electorales tienen una larga experiencia publicando diferentes materiales didácticos (documentos, videos, infografías) que implican un largo trabajo de diseño, no sólo a nivel gráfico sino a través del uso de lenguaje ciudadano para que el mayor número de personas comprenda sus funciones en casilla. 


Adicionalmente, se organizan varias sesiones de capacitación en persona que también realizan los supervisores y capacitadores electorales, ajustándose a diferentes horarios e inclusive durante los fines de semana y frecuentemente desplegando grandes dotes de paciencia para lograr la tarea de armar estos equipos de trabajo (casillas), con personas que en la mayoría de los casos no se conoce y que tienen diferentes tipos de personalidades. Su despliegue de paciencia y tolerancia es mucho más alto del que normalmente se les da crédito.


Conocer al resto de las personas funcionarias de casilla es también una gran experiencia de aprendizaje. Hay que lograr la jornada electoral con personas que no conocemos, con diferentes orígenes, talentos y personalidades, así como diferentes niveles de educación formal. En buena medida, son pequeños muestreos de nuestra realidad nacional y, en un país en el que ya quedó claro que hay una minoría tan aislada de la realidad de millones, formar parte de una casilla es un rito de paso en ejercer conscientemente la ciudadanía.


Así que, la próxima vez que se les requiera formar parte de una casilla asuman el deber ciudadano y la oportunidad de aprendizaje que significa sacar adelante una jornada electoral.




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