El nacimiento de una madre -feminista-
- Nora Frías
- 20 may
- 10 Min. de lectura
Aquel 7 de enero, entre lágrimas de dolor y de éxtasis, vi morir a la persona que fui, esa que amaba con toda mi alma pero que llevaba uno o quizá dos trimestres sabiéndose en etapa terminal tratándole de sacar a aquella vida todo el jugo que quedaba antes de tener que despedirnos. Aunque el duelo sigue ahí, la verdad es que casi todos los días lo sanan las personas maravillosas que vi nacer aquella tarde. Ese día, totalmente distinto a como lo imaginé, parí a Lucien y, junto con elle, nació la madre feminista, agotada pero llena de amor y esperanza que hoy escribe estas líneas -la madre desobediente diría Esther Vivas-.
Un año después me decidí a contar en redes la historia de ese doble nacimiento y una vieja amiga me invitó a escribirla acá agregándole una mirada desde los estudios de género. Habiendo cruzado la meta del primer año de maternidad, he aprendido que contar las historias sin filtros del embarazo, del parto y de la odisea de la matresecencia que viene después es por si solo una auto etnografía feminista, un puro acto de rebeldía que sirve para recordar(nos) que nuestras voces siguen importando.
No solo porque regresa -aunque sea por un momento- el foco a la madre y lo que atravesó sino porque nos permite sabernos acompañadas contra un sistema que está diseñado para que nuestros deseos, dolores y sentipensares no importen un carajo, aun cuando tenemos el privilegio de pagar el extra para que nos devuelvan la humanidad. Con esto no quiero decir que las historias de parto y matrescencia bonitas no existen -considero la mía una historia hermosa- sino que existen a pesar del sistema que nos exige maternar pero vuelve el proceso de principio a fin un campo minado.
Las historias chulas existen porque entre morras -y aliados- nos buscamos, nos acompañamos y nos sostenemos en la lucha de ma(pa)ternar sin obedecer los absurdos mandatos de género que buscan imponer sobre nuestros cuerpos y los de nuestras crías. Así se escribe día con día mi historia de maternidad cuyo inicio les cuento en estas líneas con la esperanza de que se vean espejeadas en ella y se recuerden que lo están haciendo maravillosamente bien, que no están solas y que, a pesar de los momentos difíciles de la vida que el sistemita se empeña en volver todavía peores, entre nosotras caminamos juntas para criar a esa generación que lo va tirar.
Decisiones
Mi compita y yo íbamos caminando por las calles de la del Valle pensando nombres neutros que podríamos ponerle a la cría que, tras 18 años de historia, habíamos decidido traer juntxs a este mundo. Más allá de la difícil tarea que puede ser elegir un nombre, en aquella caminata empezaba a colarse el peso enorme de lo que significaba que aquel nombre fuese neutro. Y, con ello, el de todas las decisiones que tocaba tomar a partir de ese momento respecto al embarazo, el parto y lo que implica criar a una persona -lo más libre posible- en el mundo jodido que habitamos hoy.
15 minutos
Tras 6 meses de intentar por fin teníamos en nuestras manos la prueba positiva y la emoción del momento nos hizo querer correr a nuestra primera revisión. Mi madre consiguió que un conocido suyo -ginecólogo vanagloriado- nos hiciera el ‘favor’ de ‘hacernos espacio en su agenda’. Nos dio exactamente 15 minutos que nos costaron el equivalente a todo el dinero que invertimos después en los 25 pañales ecológicos que usa Lucien. En esos minutos, el hombre se mostró más interesado en la vida de mi madre que en mi salud física, mental o emocional y ya ni de se diga de mis deseos o sentipensares sobre el embarazo y el parto. Me dio una receta, me pidió hacerme estudios en X laboratorio y me regañó por preguntar si podía seguir siendo vegetariana invitándome a leer estudios sobre por qué eso estaba mal. Fin de la consulta.
Escoge un bando
Tras nuestra desagradable experiencia con el ginecólogo vanagloriado optamos por llevar nuestro proceso en un centro de ginecología holística que se sentía mucho más alineado no solo con nuestro feminismo si no con el deseo que empezaba a sentir de tener un parto en casa. En las sesiones con las parteras me sentía escuchada, acompañada y, sobre todo, tomada en cuenta. Aprendí montones sobre mi cuerpo y su extraordinaria capacidad de mutar para crear y sostener una vida.
Otra de las cosas que aprendí es que el enorme estigma que se ha puesto sobre la partería ha creado una ruptura entre ese saber ancestral y las tecnologías de la medicina moderna tan tajante que se siente irreparable. Dicho estigma -que en momentos toma tintes de criminalización- ha sido tan violento que para muchas de quienes aún se atreven a ejercer la partería se siente demasiado inseguro tener que convivir con el sistema de medicina moderna por lo que solo lo hacen si es absolutamente necesario, es decir en emergencias -que quiero aclarar suceden muchísimo menos de lo que se nos hace creer-.
Lamentablemente, ese contexto termina poniendo a quienes estamos tomando decisiones sobre nuestro parto en una posición en donde la posibilidad de tener los mejor de los dos mundos no solo parece imposible sino una imperdonable traición a alguno de los bandos. Me negué a renunciar a mis deseos por culpa de un jodido sistema que una vez más, nos termina castigando por salirnos del guion. Afortunadamente, encontré a un equipo de morras feministas excepcionales listo para rifarse conmigo poniendo al servicio lo mejor de sus saberes.
Paquete “humanizado”
Con la decisión de mezclar ambos mundos, comenzó la odisea de buscar el hospital indicado. Algo que me impresionó fue darme cuenta de que me tocaba traer a mi cría en un sistema que, en el mejor de los casos, literalmente me daba a elegir entre parir, así a secas, o parir de forma “humanizada”. Me volaba la cabeza que la persona frente a mí me estuviera ofreciendo un paquete -en oferta- cuyo diferenciador era la promesa de tratarme como a una humana en el momento más vulnerable de mi vida. Como si todo el sistema me estuviera admitiendo con cinismo que, salvo en los 3 hospitales de la ciudad -obviamente privados- que ofrecen la opción “humana”, lo mejor que podía obtener era un parto “normal”, lo que sea que eso significara en un contexto donde la humanidad se compra en paquete extra.
El parto soñado

Me soñaba con un parto en casa, acompañada de mis dos parteras estrella y mis dos vínculos más importantes: mi compita de vida y mi mejor amiga. En ese sueño saberme diosa etérea inalcanzable mientras dejaba que la vida misma se hiciera camino a través mío al tiempo que yo entonaba mis mantras favoritos sonaba romántico, guerrero y espiritual al tiempo. No es precisamente la historia que vengo a contarles.
En el plan final, armado y ejecutado con el equipazo de morras que nos acompañó de principio a fin, el inicio del trabajo de parto se haría en casa y, a partir de cierto momento -pactado entre ambos saberes-, nos trasladaríamos a la famosa “sala parto humanizado” en el hospital elegido para recibir a Lucci ahí a media luz y ojalá en la silla maya. La verdad es que las primeras horas fueron conforme al plan. Rompí fuente en casa entre risas -carcajadas, diría yo-, baile y muchísima ilusión de empezar labor de parto. Las contracciones eran tal como las había imaginado y mis herramientas para navegarlas parecían ser exactamente lo que necesitaba en ese momento. A ratos la regadera, mis mantras y la mano de mi mejor amiga que se empapaba sentada en la orillita y, a ratos estar de pie dejándome sentirlo todo mientras mi compita de vida me sostenía. Esas bellas imágenes no duraron mucho tiempo.
El parto real

El momento exacto en el que pensé que lograríamos el parto que me soñé, un cambio abrupto en la intensidad y la duración de las contracciones le dieron un giro a la historia que se estaba escribiendo. A partir de ese momento tengo solo pedazos de momentos-algunos en imágenes, otros en sonidos, otros en sentires- que he podido ir uniendo.
Empiezan con la voz de mi mejor amiga anunciándome que las contracciones ya están muy cercanas la una de la otra y que es momento de que las parteras entren a escena. En un parpadeo, ellas ya están en casa sosteniéndome en las intensas contracciones que estoy sintiendo que ya no están dando tregua, vagamente las escucho anunciar que va siendo momento de ir al hospital.
En un parpadeo más me estoy despidiendo de mi mejor amiga en las escaleras de la casa consciente de que la versión de mí que le está diciendo adiós ya no la volverá a ver y rompo en lágrimas entre el dolor, el miedo y la incertidumbre que comienzan a ganarme la batalla. Ella me sostiene en un abrazo de esos profundos llenándome de fuerzas para continuar mientras que se desprende de una parte de ella misma que me acompañó en todo lo que vino después.
Otro parpadeo, la partera me ayuda a mantenerme presente mientras vamos en el coche, mi propio grito de batalla me hace volver a mi para notar que mi padre viene manejando como nunca con la única meta de llévame sana y salva en el menor tiempo posible al lugar que verá nacer a Lucien. Mi compita de vida va sosteniendo todo el momento con el corazón y las ganas enormes de poder relevarme en una que otra contracción.
Zombies

Parpadeo de nuevo y estoy en la tina de la sala de parto, esa en la que me imaginaba pasaría los momentos más románticos con mi compita entre contracción y contracción a la espera de que Lucien hiciera su entrada triunfal. En lugar del momento romántico imaginado, hay una profunda y cruda intimidad que nos conecta mientras intento sobrevivir a contracciones que no me dan más de 40 segundos de descanso mientras escucho a mi ginecóloga decir “todavía nos faltan 5cm”. Parpadeo, escucho la voz de mi partera recordándome que respire y que use mi voz más gutural para navegar el dolor. Busco a mi gine y me doy cuenta que mientras yo me sostengo entre contracciones, ella me acompaña a pesar de traer una infección espantosa que apenas la deja estar en pie. Aún me faltan dos centímetros y aunque mi cuerpo está -más o menos- resistiendo los dolorosos embates de las contracciones, mi mente ya no le está siguiendo el ritmo.
En el siguiente parpadeo me debató entre rendirme, pedir la epidural para darme tregua, aunque me sienta débil por hacerlo o aguantar y hacer de mi parto un suplicio. Pauso, me regreso a mí por un segundo y recuerdo mi promesa de hacer el proceso lo más divertido y bonito posible. La partera nos sostiene milagrosamente a todxs en el cuarto mientas vomitamos. Si, todxs. Yo con el dolor, mi gine con la infección, mi compa con las consecuencias de sostenerme 4 horas en agua a 36°. Por fin me decido: “ZOMBIES, ZOMBIES”. Zombies era nuestra palabra clave para pedir la epidural. Un pequeño chiste local con mi compita que hacía que la gente nos abriera paso inmediatamente en festivales. La misma inmediatez con la que esperaba recibir la epidural y que cesara el dolor. Aún me toco navegarme en otras 40 y muchas contracciones antes que llegara ese alivió. Tocó poner la inyección en plena contracción porque no había descanso para hacerlo distinto, me sostuvo un cuarto lleno de morras y mi compita de vida de forma tal que ni me enteré. Volví a mi disfrute, sonreí, me regalé un momento de complicidad con mi compita que me recargó para lo que venía.
Las luces blancas

Ya estando más presente y eliminando los gritos que me permitían navegar el dolor, la equipa pudo monitorear más de cerca el latido de Lucci y acompañarme en unas épicas sesiones de pujidos. Algo no les estaba gustando. Todas me dijeron desde sus distintos saberes que había algo en la frecuencia cardiaca de bebé que nos empezaba a indicar que era muy posible que tuviéramos que tomar decisiones complicadas pronto si bebé no salía en la siguiente media hora a pesare de los super pujidos que nos estábamos aventando.
Recuerdo que esos 30 minutos pedí con todo mi cora a todas las deidades de mi confianza que bebé decidiera hacer su entrada. Su pediatra estuvo conmigo cada uno de esos minutos intentando todas las técnicas para ayudar a que eso sucediera. Lucci tenía otros planes. Mi compita y la gine se sentaron a mi lado para anunciarme, con todo el cuidado y el amor, que por el bien de Lu era el momento de tomar esa decisión que habíamos querido evitar: tocaba irnos a cesárea cuanto antes.Otro parpadeo y me encuentro bajo esas luces blancas de quirófano que tanto quise evitar. Vienen a mi mente mis amigas recordándome que una de mis grandes fortalezas es saber divertirme en cada situación. Respiro. Me acuerdo que la meta es que Lucci llegue del otro lado de mi piel con salud no importa cómo. Volteó a ver el quirófano lleno de morras cracks en las que confió plenamente, siento a mi compita sosteniéndome al lado mío y a mi madre y mejor amiga en la distancia. Sonrío. Anunció que voy a poner un canto a Yemanjá para que nos guie durante la cirugía y que después pondré mi música festivalera favorita y nos quiero a todas bailando. Rompemos en carcajadas y así, mi gine da todo lo que queda de ella para sacar a Lucien cuanto antes, mi útero ya no es un lugar seguro para elle.
El milagro

Entre risas y anestesia, sigo sintiendo más de lo que quisiera de lo que pasa del otro lado de la sábana azul pero más que ese dolor empiezo a notar que algo está sucediendo. Algo que mi gine y la pediatra de Lu con tan solo miradas ya están comunicándose y listas para enfrentar. Me doy cuenta que bebé no sale como resorte de mi útero y que más bien, mi gine está maniobrando para que Lu se deje sacar y que su pediatra está lista para que se corte el cordón de inmediato y recibirle. Cortar el cordón de inmediato es algo que sé que se que ella jamás haría si no es absolutamente necesario, eso me termina de dar las señales que Lucci ha decidido entrar al mundo con apenas un latido tenue debatiéndose si siempre si quiere quedarse en este plano. Alcanzo a sentir el pánico en mi compita, hoy día sé que se preguntaba cómo me iba a decir que después de las 12 horas de parto y cesárea no la habíamos logrado. Con todo mi cora le pido en silencio a Lu que se quedé, le prometo que le vamos a cuidar y que la aventura que su padre y yo le regalaremos en esta tierra vale la pena vivirse. Mientras yo le cuento eso a través de esa conexión que hace 9 meses tenemos, el maravilloso equipo de pediatras hace todo para darle la oportunidad a Lu.Un minuto y medio después -que se sintió como otras 12 horas-, escuché su llorido. Tomó una decisión: vivir la aventura con nosotres. Vuelvo a respirar junto con elle mientras se prende de mi pezón en cuanto lo siente cerca. No me ha soltado desde entonces. Dichosa yo que (re)nací aquel 7 de enero más feminista que nunca para cumplirle la promesa a Lu de darle en esta tierra el mejor viaje. El más libre. El más digno. Para elle y para todes.