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¿Cómo se relaciona la masculinidad con la homosexualidad?


En nuestra vida cotidiana y el lenguaje coloquial no solemos distinguir grandemente entre ser hombre y ser masculino. Los llegamos a pensar incluso como sinónimos o términos intercambiables. Aunque parecen aludir a lo mismo, hay diferencias importantes cuando pretendemos estudiarlos.  La hombría se refiere a aquellos atributos que socialmente se esperan de los varones y no sólo eso, también se asocian a valores y normas que están presentes y que cambian de cultura a cultura. Se puede ver como un deber ser o un parámetro que define lo que significa ser hombre y quién puede o no pertenecer a ello. La masculinidad, por otro lado, no sólo contempla las expectativas, normas o valores, sino que también incorpora otros aspectos de las dimensiones sociales, psicológicas y biológicas. De este modo la masculinidad se pregunta por cómo llegamos a ciertos roles o comportamientos y por qué consideramos tal o cual atributo masculino.

 

Además, la masculinidad al estar mucho más preocupada por la descripción o la explicación que por la valoración o evaluación nos amplía el horizonte. Nos lleva a entender que hay múltiples maneras de encarar la hombría y que no basta señalar algunas de sus manifestaciones como inadecuadas, insuficientes o incorrectas. Hasta nos deja entrever que no hay esquemas de acción o pensamiento exclusivamente masculinos o femeninos, dando así un giro a la creencia de que existen cualidades esenciales como la sensibilidad o la fuerza que pertenecen más a un género que otro. Cuando hacemos este desmontaje, nos damos cuenta de que no existe el hombre universal y único al que le corresponde un solo modo de ser.

 

Con todo y estas posibilidades de diversidad, no se anula o borra que lo masculino goza de cierto prestigio y está colocado de manera distinta ante lo femenino. La noción donde la feminidad es considerada menor, disminuida o inferior no hay que desestimarla. La cercanía con lo femenino despierta sospechas sobre la masculinidad y puede llegar a ponerla en duda. Ciertos colores, prendas de ropa, profesiones, deportes, entre un sinfín de cuestiones más quedan socialmente catalogados como femeninas y con ello teñidas de cierto desdén o menosprecio.

 

Esta división del mundo tiene consecuencias directas en la vida de las personas, porque de creerse, restringe y acota las opciones y alternativas para habitar el mundo o pone en entredicho las capacidades para desempeñar tal o cual actividad. Esto es válido incluso para poblaciones que históricamente sean marginadas o segregadas por su orientación sexoafectiva[1], de ahí que sea tan importante reconocer cómo la masculinidad puede forjar criterios de relación.

 

Los hombres “homosexuales”[2] son un reto cuando se habla de masculinidades. Aunque son socializados como varones dentro del género dominante, también son considerados como ajenos o extraños desde esa misma postura. Dicho de manera sencilla, la masculinidad choca con la “homosexualidad” porque desde una visión normativa contravenir la heterosexualidad es traicionar una parte de la masculinidad. Y en bastante medida esto se relaciona con la proximidad que puede tener la homosexualidad con la feminidad y que puede entenderse en un sentido profundamente negativo.

 

Que los hombres “homosexuales” sean considerados menos hombres o que en casos muy injuriosos se les considere aspirantes a mujeres tiene que ver con una concepción arraigada en roles de género. Más allá de la importancia y la urgencia de abolir tal concepción, esto orilla a una ratificación de la masculinidad para sanear esta percibida distinción o diferencia por parte de los hombres “homosexuales”. O sea, se encuentran colisionando la “homosexualidad” como algo inferior asociado a lo femenino y la masculinidad con sus rasgos más tradicionales.

 

No se trata de una crisis o de un predicamento donde las personas no deciden si son primero hombres masculinos u hombres homosexuales. En realidad, ambas ocurren simultáneamente: en ciertos ámbitos los hombres “homosexuales” pueden beneficiarse de su condición masculina y en otros siguen siendo excluidos por su orientación sexoafectiva. Se desprenden entonces escenarios para entender cómo se conjugan ambas, masculinidad y “homosexualidad” en el día a día, en particular en lo concerniente a la disidencia sexual.

 

Con ello es posible asumirse “homosexual” sin menoscabo de la masculinidad. Incluso se le puede sacar provecho a la masculinidad para enarbolar valores normativos como la fuerza, valentía, ambición, competitividad o determinación, suscribiendo así a esquemas estereotipados como la agresividad, promiscuidad o el liderazgo. Análogo a ello, tampoco es inaudito considerar que se refuerzan los mitos de la homosexualidad como el afeminamiento, incapacidad de relaciones a largo plazo o debilidad o que se busque evitarlos por contraste. Ante esto, la intención es volver inconsecuente a lo masculino para que deje de ocupar ese escaño jerárquico en el género, convendría hacer lo mismo con la “homosexualidad” de forma tal que deje de remitir a algo de lo que se tiene que cuidarse o amenazante y que pase a ocupar un lugar más en la diversidad.



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[1] Hace un par de décadas todavía se hablaba de preferencia sexual, sin embargo, para remarcar que no es una mera elección u opción, se considera entonces pensar en la orientación porque es hacia dónde se dirige el deseo, no como algo que se elige. Posteriormente, se alude a lo sexoafectivo para enfatizar que las relaciones no sólo tienen un elemento sexual, sino también emocional.

[2] Utilizo el entrecomillado por varias razones. En primer lugar, pensar que sólo existe lo hetero y lo homo borra otras orientaciones como la bisexualidad o la pansexualidad. En segundo lugar, el término homosexual tiene una connotación medicalizante o patologizante al ser utilizado durante décadas como lo anormal y lo desviado. Gay se remite a contextos urbanos de regiones anglosajonas o europeas y ha sido puesto en duda para nombrar lo que ocurre en México donde existen otras alternativas. La propuesta entonces entrecomillar está relacionada con que la homosexualidad nunca es única ni definitiva.

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