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Discurso, poder y emociones en el ascenso de la ultraderecha

“No olvides jamás que bastará una crisis política,

económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados.

Estos derechos nunca se dan por adquiridos,

debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida”.—Simone de Beauvoir

 

El ascenso de la ultraderecha en el mundo ha generado una serie de preocupaciones sobre los derechos de las mujeres y otros grupos históricamente oprimidos, como las personas migrantes y las personas de la disidencia sexo-genérica. ¿Qué factores han permitido que las narrativas de los grupos fascistas y de extrema derecha resuenen tanto en la población?


En su libro Sin miedo, Judith Butler (2020) analiza cómo los movimientos de ultraderecha han cooptado conceptos clave, que durante mucho tiempo fueron utilizados por los movimientos sociales de grupos oprimidos como formas de resistencia. Una de estas ideas es la de parresía, un término retórico que implica la posibilidad de hablar con honestidad y valentía, a pesar del riesgo que esto pueda implicar para quien enuncia esa verdad.


La parresía, por tanto, se convierte en un acto que podría considerarse “valiente”. Un ejemplo reciente es el discurso de la obispa Mariann Edgar Budde frente a Trump, donde señaló lo injusto e inhumano de sus políticas contra la población migrante y la comunidad LGBTTTIQ. Aunque este acto pueda ser visto como valiente, es fundamental enmarcarlo y reconocer que no todas las personas corren los mismos riesgos al hacer una parresía. Si bien fue un acto poderoso que la obispa encaró públicamente, la historia habría sido distinta si quien hubiera pronunciado esas palabras fuera una persona racializada, migrante o perteneciente a un grupo en mayor vulnerabilidad que podría haber enfrentado consecuencias mucho más graves, incluso poniendo en riesgo su vida.


Hablar y denunciar las injusticias, posicionándonos frente a ellas, es, indiscutiblemente, un acto de resistencia. Sin embargo, la narrativa de la valentía se ha usado cada vez más frecuentemente por los grupos fascistas, quienes afirman que se atreven a decir verdades incómodas o a enfrentar políticas progresistas o de izquierda, que desde su perspectiva se han vuelto dominantes. Asimismo, es común ver a personas racistas o xenófobas que consideran que su “libertad de expresión” —aunque esta sea opresiva y discriminatoria— está siendo reprimida, y que es un acto de valentía defenderla.


Desde esta perspectiva, la noción de libertad de expresión se ha convertido en un discurso que justifica la emisión de cualquier tipo de declaración, sin importar cuán racista, homófoba o machista sea. Cuando estas ideas son cuestionadas, se argumenta que la libertad de expresión está siendo restringida, ya que, según algunos, las ideas “incómodas” no pueden ser expresadas sin ser “canceladas”, y que lo que ahora impera es la narrativa de lo políticamente correcto. Este fenómeno está vinculado a lo que algunas personas denominan la cultura woke, un término utilizado de manera despectiva para referirse a quienes sostienen ideas progresistas de izquierda. Según los sectores ultraderechistas, esta cultura busca imponer una ideología y socavar la libertad de expresión.


Esta estrategia no es en absoluto inocente, pues desprestigiar un término con profundas raíces políticas —que, como señala Yovanna Blasco (2024), ha sido utilizado principalmente por las comunidades afroamericanas para hacer referencia a la necesidad de “mantenerse despiertos” frente a los engaños y las opresiones de quienes detentan el poder— no es algo fortuito. Este fenómeno cobra mayor sentido cuando consideramos que la manipulación del discurso y la capacidad de controlarlo a su favor han sido elementos clave en las tácticas de los grupos de extrema derecha, quienes buscan posicionar sus argumentos por encima de aquellos que defienden ideas progresistas y de izquierda.


Es importante destacar que estos discursos no serían tan potentes sin un componente emocional que moviliza a las personas, como el odio o el miedo. Al respecto, Sara Ahmed (2014) señala que estas emociones están profundamente relacionadas con la distancia que establecemos frente a la otredad, con otras subjetividades y corporalidades que nos parecen ajenas y que, gradualmente, empezamos a percibir como amenazas. Los discursos de la ultraderecha construyen este distanciamiento, creando una división entre “nosotrxs” y “ellxs”. La retórica utilizada hace referencia a esxs “otrxs” que buscan apoderarse de recursos o amenazar la estabilidad de la nación. Es así como desde estas narrativas se justifica la idea de que las personas migrantes en Estados Unidos son una amenaza, pues “roban” empleos a los ciudadanos o se “apropian” de derechos que no les corresponden. La construcción de este “otro” también se basa en estereotipos racistas o clasistas sobre las corporalidades, los cuales son alimentados constantemente por figuras de poder mediante estrategias discursivas propias del fascismo. Esta falacia se repite una y otra vez hasta convertirse en parte del imaginario colectivo.


Por lo tanto, es crucial “estar despiertxs” ante los engaños discursivos de una ultraderecha que no duda en emplear estrategias fascistas, orientadas a manipular emocionalmente a la población para consolidar su poder y avanzar territorialmente. La crítica de las personas woke o de izquierda no busca censurar la libre expresión ni imponer ideologías, sino posicionarse del lado correcto de la historia, no del lado de la opresión que ha marcado la humanidad a lo largo de los siglos. No todos los discursos deben ser tolerados ni merecen ser escuchados, como planteó Karl Popper en su famosa paradoja: “si una sociedad extiende la tolerancia a quienes son intolerantes, corre el riesgo de permitir el eventual dominio de la intolerancia, socavando así el principio mismo de la tolerancia”.


Si no cuestionamos las narrativas fascistas que perpetúan la opresión y la desigualdad hacia los grupos históricamente vulnerados, nos convertimos en cómplices de un mundo que se aproxima cada vez más al colapso. Aunque los discursos de la derecha puedan parecer lógicos para muchas personas, es necesario visibilizar cómo estos apelan emocionalmente a sus oyentes, y también contextualizar quién los enuncia, con qué intenciones y desde qué lugar de poder (Djamila Ribeiro, 2020). Es importante preguntarnos si, al rechazar discursos racistas o misóginos, realmente estamos limitando la libertad de expresión o si, por el contrario, estamos reconociendo que dar cabida a estas ideas tiene consecuencias devastadoras en la vida de las personas que, como las mujeres, luchamos todos los días por derechos básicos que nos han sido negados. Como dijo Simone de Beauvoir, “basta una crisis política, económica o religiosa para que esos derechos sean arrebatados”.


Por ello, es esencial construir una mirada crítica, situada e interseccional. Reconocer que los discursos no son neutrales ni inocentes y que, por lo tanto, pueden ser peligrosos si perpetúan estereotipos, incitan al odio o a la deshumanización. También debemos tener en cuenta que las palabras que pronunciamos tienen un impacto diferente según el lugar que ocupamos dentro de la matriz de opresiones. Un ejemplo claro de esto es el saludo nazi realizado en la Conferencia de Acción Política Transformadora, un evento al que asisten personas cercanas a Trump. Este acto no puede ser comprendido de manera descontextualizada ni como un acto de valentía, parresía o libertad de expresión. Es una manifestación proveniente de las esferas más altas del poder, realizada por hombres blancos, conservadores y privilegiados. Reprobar y cuestionar un acto como este no es un ataque a la libertad, sino un reconocimiento de que, como dijo Popper, permitirlo socava el principio mismo de la tolerancia. Debemos preguntarnos, además, ¿Para quién es el guiño? ¿A quién apela? ¿Qué busca conectar un símbolo tan cargado de significados como el exterminio y la aniquilación de la diferencia?


Esta reflexión crítica, además de cuestionar activamente la retórica de los grupos de ultraderecha, debe incluir también un ejercicio de autorreflexión constante, que nos permita identificar qué prácticas y discursos nuestros pueden contribuir a perpetuar la opresión hacia algún grupo en situación de vulnerabilidad. Necesitamos preguntarnos cuáles son los estereotipos que nos acompañan y, desde qué éticas nos relacionamos con otras personas. Como señala Jasbir Puar (2017), “es fácil, aunque doloroso, señalar los elementos conservadores de cualquier formación política; pero es mucho más difícil, y acaso más doloroso, reconocerse como cómplices de ciertas violencias normativas”


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Referencias

Ahmed, S. (2014). La política cultural de las emociones. UNAM.

Blasco, Y. (2024, enero 24). Ser woke. Afroféminas. https://afrofeminas.com/2023/12/20/ser-woke/

Butler, J. (2020). Sin miedo. Formas de resistencia a la violencia de hoy. Taurus.

Butler, J. (2022). La fuerza de la no violencia. Paidós.

El País México. (2025, febrero 21). El actor mexicano Eduardo Verástegui hace el saludo nazi en la conferencia ultraconservadora en Estados Unidos. El País México. https://elpais.com/mexico/2025-02-22/el-actor-mexicano-eduardo-verastegui-hace-el-saludo-nazi-en-la-conferencia-ultraconservadora-en-estados-unidos.html

Puar, J. (2017). Embalajes terroristas: El homonacionalismo en tiempos queer. Ediciones Bellaterra.

Redacción. (2025, enero 25). El sermón de una obispa frente a Trump en el que le pide clemencia para migrantes y personas LGBT (y el descontento del presidente). BBC News Mundo. https://www.bbc.com/mundo/articles/cq5g4dvw87jo

Ribeiro, D. (2020). Lugar de enunciación. UAM.

 

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