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Sobre la escritura y la enunciación de las mujeres

Actualizado: 5 abr 2024


Es necesario que ahora escuchen,
quienes siempre han estado autorizados a hablar
Djamila Ribeiro

Mujer negra escribiendo a mano
Es importante escribir aun cuando no tengamos las condiciones ideales, o los recursos

En una habitación propia, Virginia Wolf[1](2016)[2] hace la siguiente aseveración: “Para escribir novelas, una mujer debe tener dinero y un cuarto propio” pp. 8. Esta afirmación ha sido cuestionada en particular por mujeres racializadas, quienes han puesto en duda la idea de que, para escribir, las mujeres necesitamos de un cuarto propio, cuando esa es una condición de la que gozan solo algunas mujeres, generalmente aquellas que cuentan con privilegios de raza y clase.


Dahlia de la Cerda (2023), por ejemplo, pone en jaque esta idea y hace alusión a la posibilidad de escribir desde otros lugares, pues desde la precariedad, también es posible hacerlo:


“Escribo para las que no tienen cuarto propio. Escribo para las que escriben con faltas de ortografía y para las que aprendieron a rimar escuchando a raperos callejeros. Escribo para las que escribir es una cuarta o quinta jornada laboral, pero se la rifan porque las palabras son un acto político, el acto político de las desposeídas” pp.6


Es importante escribir aun cuando no tengamos las condiciones ideales, o los recursos de los que hablaba Virginia Wolf (2016), pues si esperásemos a que esas condiciones se dieran, entonces solo unas cuantas mujeres tendrían la posibilidad de ser escuchadas, lo cual contribuiría a perpetuar el statu quo y la invisibilización de aquellas voces que han sido históricamente deslegitimadas. Sin embargo, también es importante no pasar por alto el hecho de que hay mujeres para las que escribir implica toda una odisea, que implica, como menciona De la Cerda, una cuarta o quinta jornada, hacer espacios entre la absorbente dinámica de supervivencia cotidiana que consume nuestro tiempo y energía.


Itziar Ziga (2009) señala que, si bien ella propone que es posible escribir desde los zulos (los agujeros) no desestima la idea de Wolf de la importancia de un cuarto propio, pensando ese cuarto no solamente como un espacio físico, sino como una estancia interior imprescindible para los procesos de escritura: “se puede escribir sin una habitación materialmente propia, pero no se puede escribir sin este precioso zulo interior, es imposible” pp. 47.


Pero ¿Cómo se construye ese territorio interior que hace posible que aún entre dobles y triples jornadas, podamos escribir incluso en condiciones inhóspitas? ¿De qué está hecho ese espacio interior? Es cierto que una requiere cierta seguridad para escribir, creatividad, ideas, referentes, experiencias, es cierto que sin ese espacio es imposible enfrentarse a la hoja en blanco.


Si bien este ensayo no sea suficiente para abordar a profundidad estas preguntas, me parece que es importante formularlas como un ejercicio autorreflexivo que posibilite entender los procesos que nos atraviesan a la hora de escribir e investigar, pues además esos ejercicios permiten que logremos transparentar nuestro lugar de enunciación, como proponen Donna Haraway (1988), Sandra Harding (2012) y Djamila Ribeiro (2023), pues desde ese lugar corremos un menor riesgo de hacer aseveraciones universales sobre lo que implica la condición de ser mujer, y de ser una mujer que escribe.


Una de las premisas centrales de Wolf es que la independencia intelectual se relaciona estrechamente con la posibilidad de acceder a recursos materiales, es cierto, poder escribir implica tiempo, un tiempo que la mayoría de las personas emplean en gran proporción en tener un sustento para el día a día.

En ese sentido, me parece que Wolf coloca sobre la mesa una idea fundamental, escribir es un acto político, que por mucho tiempo se nos ha negado a las mujeres (y a las personas subalternizadas), por eso es importante hacerlo, como una forma de reivindicación y de lucha por los espacios de los cuales se nos ha exiliado.


Quizá Wolf no estaba pensando precisamente en incluir en sus aseveraciones a otras personas oprimidas, puede criticársele el hecho de la manera generalizada en la que habla de las mujeres como si se tratase de un grupo homogéneo, sin embargo, si expandiéramos la idea que ella nos propone y trajéramos a cuenta las reflexiones y críticas de otras mujeres que no necesariamente encarnan el prototipo de lo que se considera una mujer, podríamos escuchar entonces que también hay una necesidad de reivindicación, que necesariamente exige mirar desde una óptica más amplia, desde las intersecciones, lo situado y contextual, reconocer que hay otras mujeres, mujeres que viven otras realidades, mujeres con menos privilegios, mujeres que desde las periferias o desde los zulos, como dirían Itziar Ziga (2009) y Dahlia De la Cerda (2023), se reapropian de un territorio negado.


Una larga tradición académica ha dejado afuera las voces de las sujetas y sujetos oprimidos, aun ahora se piensa que aquello que una mujer pueda escribir desde su experiencia, sobre su agencia y su forma de estar en el mundo, no es suficiente para ciertos marcos académicos, lo cual deja ver también la manera en la que sigue prevaleciendo una mirada colonial que dicta cuales son las voces que tienen autoridad para hablar de ciertos temas, y las que merecen ser escuchadas. ¿Qué relevancia podría tener que las personas escriban y cuenten su experiencia? Una experiencia que usualmente no tiene validez, que no suele pensarse como legítima, que se cuestiona y se minimiza.


Esto se relaciona también con la necesidad de ampliar nuestros marcos para entender la teoría, como dice Dahlia de la Cerda (2023), la señora que vende tamales en la esquina y mira la desigualdad social, también está teorizando. La apuesta tiene que ver entonces, en principio con  el acto de escucha, no pensar en “darle voz” a las mujeres, pues eso sería presuponer que la voz se otorga desde un lugar de poder, paternalista y patriarcal, más bien pensar en escuchar a esas otras mujeres, que ya tienen un voz y siempre la han tenido, pero que no han sido miradas y reconocidas como sujetas de conocimiento, las mujeres racializadas, las que habitan las periferias, las que han sido históricamente oprimidas y desterradas de los espacios públicos.


La escritura entonces puede ser pensada como otra forma de justicia, una forma de justicia epistémica (Miranda Friker, 2017) que se relaciona con la posibilidad de enunciarnos, de nombrar y de ser leídas, reconocidas y escuchadas, sobre todo cuando la escucha también nos ha sido por tanto tiempo negada.


Cuando pensamos en el camino de la escritura, ya sea como un ejercicio íntimo, desde la investigación, o desde la trinchera desde la que se mueva cada una, puede de vez en vez llegar la pregunta de si todo este esfuerzo intelectual y emocional vale la pena, en lo personal, cuando esos cuestionamientos llegan, me gusta evocar a la chamana, Gloria Anzaldúa (1988), quien, desde su escritura fronteriza, así como Wolf, invitaba a no desistir en el proceso de escritura. Como menciona en su Carta a las escritoras tercermundistas:


“Escribe con lengua de fuego. No dejes que la pluma te destierre de ti misma. No dejes que la tinta se coagule en el bolígrafo. No dejes que el censor apague la chispa, ni que las mordazas te callen la voz. Pon tu mierda en el papel” pp. 227.

En las últimas líneas de una habitación propia, Virginia hace un llamamiento a las mujeres, señala que ya en la época en la que ella escribía, no sirve para nada la excusa de falta de oportunidad, preparación estimulo tiempo o dinero, pues las mujeres de aquella época comenzaban a gozar ya de ciertos derechos y privilegios que volvían inadmisible el que las mujeres no se atrevieran a escribir.


En este punto discrepo de Wolf pues no creo que se trate necesariamente de excusas. Hay mil razones por las que aun hoy a las mujeres nos cuesta trabajo escribir y nos da tanta aversión encontrarnos con esa página en blanco, las violencias institucionales y académicas que hemos vivido, el machismo y su antiguo recurso de deslegitimar la voz de las subjetividades subalternizadas, el legado de inseguridad y dudas que nos atraviesan de forma particular a las mujeres, pues como dice Emma Vallespinós (2023) nosotras hemos tenido que hacer el doble para validar que sabemos cosas y que nuestros argumentos son coherentes y válidos.


Quizá, en lugar de pensar que son excusas que nos ponemos, porque nos “autosaboteamos” o porque “no queremos salir de nuestra zona de confort” (que son narrativas que circulan frecuentemente) podemos comenzar a contextualizar lo que representa para cada una el proceso de escritura, ¿Por qué nos hace sentido escribir? ¿Por qué es algo que vale la pena hacer aun con tantas cosas en contra? ¿Cuál es la pretensión que tenemos con ello? ¿A quién le hablamos cuando escribimos?


No creo que todas las mujeres necesariamente tendrían que escribir, pero sí creo que todas deberíamos tener la posibilidad de enunciarnos de alguna manera, por ejemplo, a través de la oralidad, que era como las ancestras compartían sus saberes y nociones del mundo. Considero que aquellas que le encontramos sentido a escribir como un acto político, reivindicativo y con miras a acortar la desigualdad y caminar hacia la justicia social, podemos hacerlo también sin pensar que la escritura es un modo de enunciación superior a cualquier otro que eligen o al que tienen acceso otras mujeres.


Al final, para aquellas que tomen la pluma y escriban, ya sea desde un cuarto propio, o desde los zulos, quedará siempre la bella invitación de Gloria Anzaldúa (1998) que nos exhorta a encontrar nuestra voz y ser congruentes con ella y con lo que, para cada una, desde un lugar muy particular, nos representa el acto de escribir:


“Busca la musa dentro de ti misma. La voz que se encuentra enterrada debajo de ti, desentiérrala. No seas falsa con ella, ni trates de venderla por un aplauso, ni para que se publique tu nombre” pp. 227.

 

Referencias

Anzaldúa, Gloria. (1988). Hablar en lenguas. En A. Castillo & C. Moraga (Eds.), Esta puente mi espalda. Voces de mujeres tercermundistas en los Estados Unidos (pp. 219-230). San Francisco: Ism Press.

De la Cerda, Dahlia. (2023). Desde los zulos. Sexto piso.


Fricker, Miranda. (2017). Evolving concepts of epistemic injustice. En I. J. Kidd, J. Medina & G. Pohlhaus Jr. (Eds.), The Routledge handbook of epistemic injustice (pp. 53-60). Routledge.


Haraway, Donna. (1988). Conocimientos situados: la cuestión científica en el feminismo y el privilegio de la perspectiva parcial. En Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza. Barcelona: Ibérica.

Harding, Sandra. (2012). ¿Una filosofía de la ciencia socialmente relevante? Argumentos en torno a la controversia sobre el Punto de vista feminista. En N. Blasquez Graf, F. Flores Palacios y M. Ríos Everardo (Coords.), Investigación feminista. Epistemología, metodología y representaciones sociales (pp. 39-65). UNAM – Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades – CRIM – Facultad de Psicología.


Ribeiro, Djamila. (2023). Lugar de enunciación (1.ª ed.). Universidad Autónoma Metropolitana.

Vallespinós, Emma. (2023). No lo haré bien. Arpa.

Woolf, Virginia. (2016). Un cuarto propio. Lumen.

Ziga, Itziar. (2009). Un zulo propio. Melusina.


[1] Como posicionamiento ético y político se cita nombre y apellido de las autoras dentro del texto.

[2] El libro fue publicado en 1929.

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